El miedo es la identificación con algo que creemos real y tenemos miedo a perder. Esa identificación siempre tiene que ver con el cuerpo. El cuerpo nos parece tan real, que todo aquello que lo amenace o lo ataque, o pueda destruirlo, nos causa pánico. El miedo a que alguien me rechace o me abandone. El miedo al dolor físico, la enfermedad y por supuesto el miedo que engloba todos los miedos: el miedo a la muerte, que significa, literalmente, perder definitivamente este cuerpo.
Es tan simple darse cuenta de lo ilusorio de este concepto. Este cuerpo que tanto nos desvela y desespera, ya lo hemos perdido, desde el mismo momento en que nacemos, estamos empezando a morir. Cada respiración que es fuente de vida, nos acerca simultáneamente a la partida. Como dijo Krishna en el Bhagavad Gita: “El nacimiento implica muerte”. Esto es para entender que vivir y morir son dos caras de una misma moneda, una convive con la otra, y demuestra la irrealidad de esta telenovela perfecta, tan perfecta, que parece la única y verdadera.
El cuerpo tiene un tiempo biológico para moverse y expresarse en este planeta tierra. Es el vehículo preciado del alma que lo utiliza para experimentar personajes y situaciones en este trayecto, condicionado por leyes materiales que hacen que después de un tiempo, esa misma alma va cambiando de vehículo, así como nuestro cuerpo cambia de ropa.
Nos hemos identificado tanto con esta cáscara, con este maquillaje fascinante, que no queremos perderlo. Es una ironía, porque ni siquiera lo cuidamos en vida; pero no queremos que muera. Descuidamos el balance biológico, lo deterioramos antes de tiempo y cuando intuimos que se acerca la partida, nos aferramos con garras y dientes a los últimos jirones de cuerpo que nos quedan. No hemos sabido vivir, y no nos queremos morir. El ego se desespera, y el alma se regocija, porque sigue su camino de experimentación de lo irreal, rumbo a la esencia y la verdad.
Cada nacimiento debería acercarnos más a la expresión consciente de nuestra divinidad, sin embargo estamos bastante estancados. Y seguimos naciendo y muriendo, sin darnos cuenta de quienes somos.
Decía la Madre Teresa: “La gran mayoría de la gente se muere sin haber vivido nunca”. Confundimos vivir, con sobrevivir. Muchos nacen, pocos viven. Creemos que cumplir funciones biológicas y ganarse la vida, significa tener una vida.
No es así. Sai Baba dice una y otra vez en sus mensajes sublimes: “Aprovechen esta oportunidad sagrada de haber nacido en un cuerpo humano, para no hacerlo de nuevo. Corten esa rueda del nacimiento y la muerte. Uno nace para no tener que nacer de nuevo. Uno muere para no tener que morir de nuevo. Corten la rueda ilusoria de la mentira y sepan quienes son, de una vez por todas.”
Lo que uno es realmente, eso que somos, no podemos perderlo jamás, no se gana ni se pierde, simplemente ES. No puede haber miedo a perder, lo que NO podemos perder.
El alma no gana ni pierde, no nace ni muere, no negocia ni manipula, no tiene miedo, no siente dolor o placer. El cuerpo si, el ego, la mente, están sujetas a esas características ajenas al alma.
Si llegamos más rápidamente, a la comprensión del SER, la consciencia y la divinidad, que es nuestra condición natural, sin tiempo, sin pasado ni futuro, eternamente existiendo en el presente, podríamos observar con dicha a nuestro propio cuerpo, cumpliendo su rol divino en esta película, realizando ejercicios a cada instante que lejos de sumirlo más en la amnesia, le permitan, acercarse aquí y ahora a la verdad, única, inalterable y divina.
Claudio María Domínguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario