En nuestra sociedad, a los hombres en particular, se les ha enseñado a no llorar, a poner un rostro duro, frente a situaciones que puedan herirles, y a no mostrar si tienen dolor.
Pero las mujeres, también pueden caer en esta trampa, y todos una y otra vez.
Hemos sentido que la única forma de sobrevivir, consiste en esconder nuestros sentimientos y emociones, a fin de no ser heridos otra vez.
Si nuestro dolor es particularmente profundo, incluso puede que intentemos esconderlo de nosotros mismos. Esto nos puede volver fríos, rígidos, porque en el fondo sabemos que una pequeña rotura en el hielo puede liberar la herida y hacer que ella empiece a circular hacia nosotros otra vez. Las lágrimas y solamente las lágrimas, son la clave para romper ese aislamiento que produce esa rigidez, ellas podrán fundir el hielo. Está bien llorar, y no hay razón para que te sientas avergonzado de tus lágrimas, el llorar nos ayuda a liberar el dolor, nos ayuda a ser suave con nosotros mismos y finalmente nos ayuda a amar.
Cuando estamos demasiado tiempo en el ego, nos apartamos de la existencia, no se puede estar en los dos lados al mismo tiempo. Estar todo el tiempo en el ego significa estar apartado, estar separado, fragmentado, estar en el ego todo el tiempo es estar en una isla.
Estar en el ego significa dibujar una línea fronteriza alrededor tuyo, te aísla, te congela, ya no puedes fluir más. Si te permites fluir con todas tus emociones y sentimientos, fluyes con la existencia toda, y el ego, desaparece. De ahí que mucha gente se ha convertido en cubos de hielo, marcando fronteras, “esto soy yo”, “aquello no soy”, esta gente no siente ningún calor, no sienten ningún amor. El amor es cálido, y ellos tienen miedo al amor. Si el calor llega a ellos empiezan a fundirse, y los límites desaparecerán. En el amor los límites desaparecen, en el gozo también desaparecen los límites porque el gozo no es frío.
Animémonos a expresar siempre lo que sentimos, no congelemos nuestra verdadera esencia por miedo.
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