viernes, 20 de mayo de 2011

COSAS PARA NO OLVIDAR

Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un Hospital, conocí a una niñita llamada Isabel, quien sufría de una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperación aparentemente era una transfusión de sangre de su hermanito de 5 años, quien había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado anticuerpos necesarios para combatirla.
El médico explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre a su  hermana. Yo lo vi dudar por solo un momento antes de tomar un gran suspiro y decir: -Si, lo haré, si eso salva a Isabel-.
Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana, y sonreía mientras nosotros asistíamos a ambos, viendo retornar el color a las mejillas de la niña.
Pero al rato la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Miró al médico y le preguntó con voz temblorosa  -¿A qué hora empezaré a morirme?-

Siendo solo un niño, no había comprendido al médico, pensaba que le daría toda su sangre a su hermana... ¡Y aún así se la  daba!  

Da todo por quien ames.  Actitud, después de todo, es todo.


Hace unos días, un niño de alrededor de 10 años entró en una heladería y se sentó en  una mesa. La camarera puso un vaso de agua en frente a él. 
-¿Cuánto cuesta un cucurucho de helado de chocolate?-, preguntó el niño. –
Dos pesos cincuenta-,  respondió la camarera. El niño sacó una mano de su bolsillo y examinó una cantidad de monedas... 
-¿Cuanto cuesta un helado de chocolate en vasito?-, volvió a preguntar. Algunas  personas estaban esperando ser atendidas y la camarera ya estaba un poco  impaciente. 
-¡Dos pesos!-, le contestó bruscamente. 
El niño volvió a contar las monedas...
- Entonces quiero el helado en vasito-, dijo el niño. La camarera le trajo el helado, puso el ticket en la mesa y fue a atender otras mesas, refunfuñando por el tiempo que le había hecho perder el niño.  
Éste terminó el helado, pagó en la caja y se fue. Poco después la camarera llegó a la mesa que el niño había ocupado, para limpiarla, y entonces le costó tragar saliva con lo que vio. Allí, puestos  ordenadamente junto al  plato vacío, había cincuenta centavos... su  propina. 

Jamás juzgues a alguien antes de tiempo.




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